29.10.14

De cómo los Pitufos quieren a sus jefes (un cumpleaños)

Entré por primera vez en mi vida a una redacción en un lluviosísimo agosto de 1997. Yo sabía que era una redacción, pero el sitio parecía una zona de guerra porque el diario estaba al borde del cierre. Algunos de mis compañeros de la preparatoria - habíamos terminado unos meses atrás - corrían de un lado para otro intentando resolver problemas técnicos de una serie de ordenadores mientras algunos pocos reporteros de toda la vida trabajaban, intensivamente, para sacar el diario del día siguiente. Yo me debatía entre la sorpresa y la felicidad de estar en una redacción y el desconcierto de sentir esa redacción en peligro. Un par de minutos después, alguien me dejó enfrente de un escritorio donde dos hombres fumaban intensivamente. Muy intensivamente. Mientras hablaba con ellos, me di cuenta que encendían un cigarro con el otro. Yo pregunté qué podía hacer... ellos removían papeles y me preguntaron que cuánto tiempo tenía. "Bueno... se supone que tengo clase ahora y necesito ir al Teatro Experimental para ver el montaje que ganó el Premio Nacional". A uno de ellos, entre el cigarro, los papeles y la pantalla, se le iluminó la cara. "¡Muy bien! ¿Sabes hacer una entrevista?".
Yo acababa de salir de la preparatoria. De hecho, ese lunes (era jueves) había comenzado la elegante licenciatura en ciencias de la comunicación. Sabía hacer una entrevista, sí. Pero no tenía grabadora ni mucho menos. Como un mago, David produjo de entre su montón de papeles una libreta y una pluma. "Vete a ver a la obra de teatro y, al terminar, hazle una entrevista al director y a los actores. Si te preguntan, diles que eres reportera de cultura de este diario".
Salí con las rodillas de gelatina. Afuera, comenzaba a caer una de esas tormentas que suelen cerrar del todo las tardes del final del verano en Guadalajara. Una entrevista. Llegué al teatro y busqué toda la información: los programas de mano, leí las entrevistas que estaban por ahí sobre el premio. En una página de mi libreta, comencé a anotarme las preguntas que me parecían que podrían ser inteligentes. Conforme bajaron las luces y comenzó la función, otra función también iniciaba en mi cabeza: si me dejarían entrar tras bambalinas o no, si podría hacerlo, si tendría el valor.
Para mi ventaja, estábamos en un teatro donde yo había hecho de "actriz" años atrás, así que conocía bien el ambiente. No me sentí rara cuando, finalmente, pude pasar tras bambalinas. Casi era como volver a casa. Mientras los actores y el director hablaban, yo tomaba nota medio en palabras claves y medio en taquigrafía. Volví a la redacción del diario con la libreta junto a mi estómago, para proteger las palabras.
Me senté y escribí la entrevista. Mi ahora Señor Editor la miró y sonrío - quizá dándose cuenta de que no había - por lo menos - demasiadas faltas ortográficas. Hizo unas correcciones y me las explicó, sobre la pantalla. "Listo. Aparece mañana. ¿Tienes más tiempo? ¿Puedes capturar una columna que llega de México?".
Enfrente de la Mac Classic, mientras mis dedos seguían tecleando, sentí un poco de vértigo. Quería decir que al día siguiente, por primera vez, iba a ver algo publicado con mi nombre en un diario de verdad. Gracias a ese Señor Editor que había creído en mi y, sin demasiadas dudas - luego entendería que no había tiempo para la duda -, me había puesto a trabajar.
A partir de ese día me llamé la Pitufa. E iba de un lado a otro de la redacción haciendo cualquier cantidad de cosas. El sueño de aquel diario nos duró poco más de año y medio pero ahí aprendí a escribir, a editar, a planificar, a pelearme. Y sabía que siempre, siempre, en el fondo de la redacción - con o sin cigarro - estaría David para explicarme qué estaba haciendo bien o qué estaba haciendo mal. Todavía a veces, cuando siento que no puedo escribir más, me encuentro con un comentario, una nota, un tweet... porque el Jefe Pitufo todavía me lee y pienso que si mis crónicas aún le gustan - a pesar de no necesitarlas desesperadamente para un cierre - es que quizá algo estoy haciendo bien.

1 comentario:

David dijo...

Qué recuerdos, Pitufa. Te mando un abrazo. Ni me acordaba que fumaba. Creo que fue esa en la única época de mi vida que lo hice.
Abrazos pitufos.
Y te leo cuando menos lo esperas.