14.10.14

Otro día

El comercio barcelonés hace años que no está cerrado a cal y canto los domingos, pero hay cosas que todavía hay que comprar los sábados o cualquier día con más movimiento. Conociendo bien el barrio en el que vives, en el último minuto te puedes montar cualquier tipo de fiesta o banquete sin grandes problemas, pero son los ingredientes de especialidad los que se convierten en un reto.

El domingo, con el reto impuesto de cocinar un Pho, me desperté para darme cuenta que no sólo me faltaba la carne, sino también jengibre, limas y pimiento picante. Había pequeños detalles que en mis excursiones de días anteriores no había logrado incluido. Así que salí a las calles, a los rincones donde ya sé que encontraré las cosas, a comprar la carne, las limas, el jengibre... pero el pimiento picante perdido.

Ya hecha a la idea de que tendría que utilizar algo que se estaba muriendo en el fondo de mi nevera, regresé sobre mis pasos a una tienda a la que hace meses y meses no me acercaba. Y me encontré a mi antiguo tendero, un señor pakistaní con el que me sonreía todos los días durante años - porque era el único que habría esa tienda en Rec Comtal. Antes de entrar a la tienda ya había visto una caja con los pimientos de marras: tomé cuatro y entré como una exhalación a la tienda, con ellos en la mano.

Sus ojos se abrieron en sorpresa. "Bon día!", me dijo, en esa forma que tenemos los adoptados de Catalunya de saludarnos en catalán porque es nuestro idioma de encuentro. "Bon día", contesté, sonriendo, mientras él organizaba las cosas de otra señora que iba a pagar. "¿Qué llevas? ¿Sólo eso?". Extendí la mano y le mostré los cuatro pimientos mientras asentía con la cabeza. "Déjalo... ya me pagas otro día", me dijo, mientras hacia la seña de que me fuera. Seguramente me veía la prisa. "Y bon día!", otra vez, antes de salir.

Me sonreí yo y la gente que estaba en la tienda. Regresé a casa rápida, haciendo la lista mental de las cosas que tenía que poner en la olla con el jengibre y en los platos con el pimiento. Mientras abría la puerta de casa, pensé en las solicitudes de empleo que ahora envío a un lado y otro del océano. Uno es del lugar que reconoce como suyo por la forma en que detecta incluso las heridas de la calle sin mirarlas. Donde sabes cuál es la forma más rápida de moverte de un sitio a otro, a dónde puedes ir a comprar qué en un día festivo y si hay realmente alguna opción para aquello que se te olvidó. Sabes que eres de ahí porque los demás te lo recuerdan. Sabes que eres de ahí porque aunque te vayas - aunque pasen meses sin ver esas calles, esas tiendas, esas personas - ellos saben que pertenecías (alguna vez) a ese sitio.

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